Zen, aquí y ahora

La Flor azul  es un símbolo central del romanticismo. Representa el anhelo, el amor y el afán metafísico por lo infinito. Como símbolo de lo inalcanzable se usa en particular la rosa azul, que hasta el día de hoy no ha podido ser creada.

Más allá de las formas, de los dogmatismos, de las instituciones o de las teorías, el ser humano está buscando un nuevo estado de conciencia (o una antigua conciencia dormida) que le permita liberarse, transformarse, desarrollarse, a partir de la fuente profunda que está en él.
El Zen no es ni un razonamiento ni una teoría. No es un conocimiento comprensible por el intelecto solamente, es una práctica, una experiencia. A la vez objetiva y subjetiva, ya que no separa estos dos puntos de vista complementarios, de la misma manera que no disocia el cuerpo y el espíritu, la fisiología y la psicología, el consciente y el inconsciente, sino que hace una llamada a la totalidad del ser.

En este sentido corresponde a las aspiraciones que actualmente orientan la marcha de la civilización moderna, la cual intenta superar las categorías, las separaciones estrechas, las divisiones en todos los dominios.
"Debemos armonizar los contrarios, remontándonos a su origen. Esta es la actitud Zen, la Vía del Medio: abarcar las contradicciones, hacer su síntesis y realizar el equilibrio", nos decía Taisen Deshimaru.

O como dijo anteriormente Rabindranath Tagore: "En el futuro, los occidentales y los orientales formarán una gran sinfonía espiritual. Espero que venga pronto el día en el que toda la Humanidad se armonizará en una 'comunión universal'."

En la época actual, todas las naciones del mundo deben superar el camino unilateral de una ideología o de un nacionalismo estrecho. Las barreras nacionalistas o raciales deben ser abolidas. Debemos apuntar hacia un objetivo común: el del camino universal. Debemos entendernos y armonizar nuestras concepciones con un espíritu abierto. El espíritu moderno de libertad debe deshacerse de las viejas supersticiones, de las creencias y de las estrecheces formales, con el fin de poder encontrar en el fondo de nosotros mismos el origen de una moral auténtica, personal y universal a la vez, ligada a la conciencia profunda de la vida.